2/20/2009

Viaje cósmico

Hice un viaje, uno de esos a los que uno no van tan excitado por el mero hecho de salir sino porque uno presiente que va a territorio sagrado, a ese lugar de ancestros, de donde nacieron y vivieron no sólo nuestros padres, sino también nuestros abuelos. Una nostalgia se acrecienta en el corazón de un hombre a medida que las distancias se acortan. Pero no es un viaje en solitario, vamos muchos; primos y primas, tíos y tías, padres y todo confluye en un mar de risas y conversaciones animadas, sacando de cuando en cuando su cocaví... Pero yo me alejo un poco de todo eso, quiero mirar el mar, quiero sentir el viento atravesando aquella montaña a la que subimos. Quiero observar un instante a esas esculturas lafkenches mirando impávidas el mar al que pertenecen.
Luego de uns horas llegamos a destino y rápidamente comienzan interminables saludos y abrazos animados a personas nunca antes vistas y a otras a las que el tiempo había procurado borrar pero que vuelven nuevamente a habitar en el corazón del viajero. Ahí me detengo, en un saludo particular el de mi abuela Rosenda (madre de mi madre) con mi tía-abuela Paula (hermana de la difunta madre de mi padre) un tímido pero a la vez cariñoso abrazo confluye y parece algo mágico, un instante eterno y misterioso. ¡Cuantas historias hay dentro de aquellos frágiles cuerpo! ¡Tanto sentimiento y sabiduría escondida!
Por la tarde comienza la música y abundan las cuecas, tonadas y payas envueltas en coloridas mantas y vestidos floreados. De pronto el tío abuelo se levanta, va a decir algunas palabras. Aquel que un día fue un lonko comienza su discurso en aquella lengua tan antigua, el de la gente de la tierra. Yo no entiendo, casi nadie entiende, solo las personas más antiguas pueden comprender el misterio de sus palabras. Yo me pierdo en sus palabras, mientras unas nubes tapan el sol unos instantes y todo queda más oscuro, me da la impresión de que aquellas palabras que dice podrían perdurar a través de las estaciones, podría escucharlas en cada una de ellas, día y noche y no me cansaría. Es algo que va más allá del complejo hecho de comprender y analizar el contenido, es el simple hecho de sentir el mundo en un alma. Luego sigue la música para dar comienzo a lo verdaderamente cautivador. La abuela Paula pide que traigan su kultrún y ahi afuera, delante de todos los presentes nos deleita con un canto que llena de melancolía el lugar, luego es el abuelo Pedro quién toma lugar con el canto y el kultrún quien sigue con la misma fuerza sonora. La abuela, a pesar de los años nos invita a bailar con ella al son de la música, yo no necesito pensarlo demasiado, me uno junto a muchos a bailar en torno a un intento del sagrado canelo, no es perfecto pero funciona bien. Mientras la música sigue me asalta las ganas de llorar, pero no de tristeza, es el hecho de encontrar al fin un retazo de mi pasado tan mío pero tan perdido, estoy exactamente en el lugar y en el momento preciso en el que la existencia tiene más sentido.
Luego de todo el baile entramos con la abuela Paula a comer sopaipillas. Estan buenas, pero saben mejor cuando te las ofrecen con tanto cariño. Asi las conversaciones siguen y aprendo del pasado historias que no he de revelar por ahora, pero quien sabe, si algún día me ves y recuerdas este relato pregunta por los misterios, puede que te mire extrañado un segundo y al siguiente recordaré todo y entre risas pueda decirte más de aquel viaje cósmico del que tanto aprendí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el loco reflexivo éste jeje
me alegra hayas tenido la experiencia enriquecedora junto a tu familia de compartir una tradicional celebración con constumbres que recuerdan la armonía de vivir en comunidad con el medio ambiente en un mundo que parece impartir la ideología del "todo se compra". Es admirable como grupos humanos reflexionan sobre raíces, tradiciones y celebraciones creativas y auténticas de su identidad. Que bueno que reflexiones tú compañero sobre tu viaje cósmico del que tanto aprendiste.
Nos tamos viendo en la U.
chau