Nápoles, 19 de febrero.
Algunos amigos napolitanos me han hecho saber que en Castellammare di Stabia vive un viejo sabio, contrario en todo, por principios y costumbres, a sus contemporáneos y a los nuestros, hasta el punto de hacer pensar que, como la estatua de algún filósofo antiguo, haya surgido de entre los escombros y despojos de las ciudades sepultadas por el Vesubio. En estos tiempos de neuróticos y frenéticos, la perfecta sabiduría y prudencia es cosa tan rara que no pude resistir la tentación de conocer a ese hombre.
El señor Gersolé me pareció ser un hombre redondo y sin brazos. Su dorso se parece lejanamentea una joroba aplastada y planchada; su prominente abdomen a un saco lleno de harapos. Algo intermedio entre un Sileno perezoso y un Polichinela serio. Afirma contar ochenta años de edad, pero quizás lo dice por coquetería, puesto que tiene el cabello siempre oscuro y una dentaduracasi perfecta, además de una piel fresca y una complexión llena.
Le pregunté a qué atribuía su aspecto juvenil en tan avanzada edad.
- Los amigos - me respondió -, se mofan gustosamente de mi antigua sabiduría, y les dejo decir.
En realidad de verdad, mi sabiduría consiste en haber rechazado todas las formas de la vida. No he querido estudiar porque siempre he sabido, y esto por instinto, que muchos de losconocimientos se olvidan, muchos otros hacen tristes a los seres y los más son inciertos y engañosos. Jamás me enamoré porque esa estúpida forma de locura que consiste en preferir a una sola criatura sobre todas las demás, siempre llevó a los hombres a la intranquilidad, a la angustia, al delirio, causándoles desilusiones y furores homicidas; por esto consideré al amor como una simple necesidad fisiológica, natural y tranquila, como la que me induce a comer un melocotón maduro o a liberar los intestinos de su molesta carga.
»De ese modo me salvé de la familia y de los innumerables fastidios, trabajos y servidumbres, que surgen por tener esposa e hijos.
»Ni siquiera quise obstaculizar mi vida con la política. El amor de patria es una de las tantas infatuaciones absurdas y funestas del hombre moderno el amor de patria inyecta envidias, soberbia, ira y otros pecados capitales, es un promotor de odios, es decir, de guerras, lo que equivale a decir, de muertes. Y poco me importa ser gobernado por los rojos o por los negros, por los blancos o por los azules. Sé perfectísimamente bien, que, tanto los unos como los otros arrebatan pedazos de mi libertad y sacan provecho de mis haberes. Cualquiera que sea el partido dominante, el buen ciudadano está condenado a vivir en una jaula y a pagar los impuestos y tasas. »A propósito no he querido profundizar la religión, para no añadir suplicios y tormentos. No hay más que dos caminos razonables: o negarlo todo sin discutirlo o aceptarlo todo a ojos cerrados. Por diversas razones de comodidad personal social he elegido el segundo, y me hallo bien a gusto. Creo en todo, pero jamás pienso en nada: conviene dejar en el misterio lo que en el misterio se halla.
»Me aconsejaron la lectura de poemas y novelas para pasar mejor el tiempo. Probé hacerlo, pero casi en seguida desistí. Los poetas me parecen niños vagabundos que andan a la caza de mentiras; los novelistas me narran historias de ciertos hombres y de ciertas mujeres que, si los hallara por casualidad en la vida, con sus ridículas miserias y actitudes fijas, huiría de ellos como el diablo huye ante la cruz.
»Tengo una pequeña renta que me es suficiente para vivir sin lujos, pero también sin estrecheces, y así Dios Santísimo y Bendito me ha salvado de la carga asnal del trabajo y también de la maldición, todavía más atroz, de buscar, acumular, salvar y administrar las riquezas.
»Tal es, estimado señor Gog, mi verdadero secreto. Soy un renunciante universal y perpetuo, soy
el remisionario de la vida. Rechazando todas las ilusiones y ocupaciones, todas las trampas y cadenas, he llegado a la quietud de la carne y del espíritu llamada sabiduría por los agitados y obsesionados. En eso consiste mi secreto cabal».
- Pero, resumiendo: ¿es usted feliz o no lo es? - pregunté al señor Gersolé.
El gran sabio cerró los ojos y pasó la mano derecha, a modo de peine, sobre los cabellos; los reabrió nuevamente y mirándome con fijeza, exclamó
- No, ni siquiera yo soy feliz. Y sepa que la verdadera sabiduría no tiene relación ninguna con la felicidad, sino con la muerte.
De El Libro Negro
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