11/10/2008

El Gran Sabio de Giovanni Papinni

Nápoles, 19 de febrero.

Algunos amigos napolitanos me han hecho saber que en Castellammare di Stabia vive un viejo sabio, contrario en todo, por principios y costumbres, a sus contemporáneos y a los nuestros, hasta el punto de hacer pensar que, como la estatua de algún filósofo antiguo, haya surgido de entre los escombros y despojos de las ciudades sepultadas por el Vesubio. En estos tiempos de neuróticos y frenéticos, la perfecta sabiduría y prudencia es cosa tan rara que no pude resistir la tentación de conocer a ese hombre.
El señor Gersolé me pareció ser un hombre redondo y sin brazos. Su dorso se parece lejanamentea una joroba aplastada y planchada; su prominente abdomen a un saco lleno de harapos. Algo intermedio entre un Sileno perezoso y un Polichinela serio. Afirma contar ochenta años de edad, pero quizás lo dice por coquetería, puesto que tiene el cabello siempre oscuro y una dentaduracasi perfecta, además de una piel fresca y una complexión llena.
Le pregunté a qué atribuía su aspecto juvenil en tan avanzada edad.
- Los amigos - me respondió -, se mofan gustosamente de mi antigua sabiduría, y les dejo decir.
En realidad de verdad, mi sabiduría consiste en haber rechazado todas las formas de la vida. No he querido estudiar porque siempre he sabido, y esto por instinto, que muchos de losconocimientos se olvidan, muchos otros hacen tristes a los seres y los más son inciertos y engañosos. Jamás me enamoré porque esa estúpida forma de locura que consiste en preferir a una sola criatura sobre todas las demás, siempre llevó a los hombres a la intranquilidad, a la angustia, al delirio, causándoles desilusiones y furores homicidas; por esto consideré al amor como una simple necesidad fisiológica, natural y tranquila, como la que me induce a comer un melocotón maduro o a liberar los intestinos de su molesta carga.
»De ese modo me salvé de la familia y de los innumerables fastidios, trabajos y servidumbres, que surgen por tener esposa e hijos.
»Ni siquiera quise obstaculizar mi vida con la política. El amor de patria es una de las tantas infatuaciones absurdas y funestas del hombre moderno el amor de patria inyecta envidias, soberbia, ira y otros pecados capitales, es un promotor de odios, es decir, de guerras, lo que equivale a decir, de muertes. Y poco me importa ser gobernado por los rojos o por los negros, por los blancos o por los azules. Sé perfectísimamente bien, que, tanto los unos como los otros arrebatan pedazos de mi libertad y sacan provecho de mis haberes. Cualquiera que sea el partido dominante, el buen ciudadano está condenado a vivir en una jaula y a pagar los impuestos y tasas. »A propósito no he querido profundizar la religión, para no añadir suplicios y tormentos. No hay más que dos caminos razonables: o negarlo todo sin discutirlo o aceptarlo todo a ojos cerrados. Por diversas razones de comodidad personal social he elegido el segundo, y me hallo bien a gusto. Creo en todo, pero jamás pienso en nada: conviene dejar en el misterio lo que en el misterio se halla.
»Me aconsejaron la lectura de poemas y novelas para pasar mejor el tiempo. Probé hacerlo, pero casi en seguida desistí. Los poetas me parecen niños vagabundos que andan a la caza de mentiras; los novelistas me narran historias de ciertos hombres y de ciertas mujeres que, si los hallara por casualidad en la vida, con sus ridículas miserias y actitudes fijas, huiría de ellos como el diablo huye ante la cruz.
»Tengo una pequeña renta que me es suficiente para vivir sin lujos, pero también sin estrecheces, y así Dios Santísimo y Bendito me ha salvado de la carga asnal del trabajo y también de la maldición, todavía más atroz, de buscar, acumular, salvar y administrar las riquezas.
»Tal es, estimado señor Gog, mi verdadero secreto. Soy un renunciante universal y perpetuo, soy
el remisionario de la vida. Rechazando todas las ilusiones y ocupaciones, todas las trampas y cadenas, he llegado a la quietud de la carne y del espíritu llamada sabiduría por los agitados y obsesionados. En eso consiste mi secreto cabal».
- Pero, resumiendo: ¿es usted feliz o no lo es? - pregunté al señor Gersolé.
El gran sabio cerró los ojos y pasó la mano derecha, a modo de peine, sobre los cabellos; los reabrió nuevamente y mirándome con fijeza, exclamó
- No, ni siquiera yo soy feliz. Y sepa que la verdadera sabiduría no tiene relación ninguna con la felicidad, sino con la muerte.

De El Libro Negro

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